La vitamina D es una de las hormonas más antiguas, presente en las formas de vida primitivas y que ha perdurado por más de 750 millones de años. El fitoplancton, la mayor parte de las plantas y animales que están expuestos a los rayos solares, tienen la capacidad de sintetizarla. En el ser humano, su presencia es de vital importancia para la formación y mantenimiento del esqueleto, dado que interviene en el metabolismo del calcio y el fósforo.
Desde el punto de vista bioquímico, se trata de una vitamina liposoluble, es decir, que es soluble en grasas y se almacena en el tejido adiposo y en el hígado. Cuando el organismo la necesita, entonces se transforma en el metabolito activo 1a,25-dihidroxivitamina D3 o calcitriol, por acción de la enzima 1a-hidroxilasa. Este proceso permite que la vitamina D3 se vuelva funcional y se movilice alcanzado la parte del cuerpo con mayor demanda.
Su misión principal es la de influir directamente en las células intestinales incrementando la absorción de calcio y fósforo hacia el plasma y, garantizando la mineralización del hueso, considerándose necesaria para la prevención del raquitismo en niños, la hipocalcemia e incluso la osteoporosis en adultos.
Además de influir en la homeostasis mineral y la densidad ósea, la vitamina D interviene en otros procesos biológicos como la diferenciación celular en una amplia variedad de tejidos y la modulación de la respuesta inmune innata y adaptativa. Su papel en el funcionamiento del sistema inmunitario está establecido por la presencia del receptor específico VDR en la mayoría de las células inmunitarias tales como: monocitos y macrófagos activados, células dendríticas, células asesinas o NK y linfocitos T. De aquí que algunos expertos sugieran el empleo de la vitamina D3 como estrategia terapéutica en enfermedades autoinmunes por su propiedad inmunorreguladora y antiinflamatoria.
La presencia de esta vitamina en el cuerpo es garantizada por la ingesta de alimentos como el pescado y los huevos, pero sobre todo por la exposición solar, a menudo demasiada baja a causa del lugar de residencia, los hábitos de vida o la contaminación ambiental. De hecho, nuestro organismo es capaz de sintetizarla gracias a la acción de la luz ultravioleta B (UV-B) sobre la piel, aunque los cambios de vida y las campañas de salud pública que aconsejan evitar el sol por el riesgo de cáncer, han condicionado la reaparición de la carencia de vitamina D especialmente en los más pequeños. Por ello, las asociaciones pediátricas internacionales recomiendan la suplementación de vitamina D en todos los niños durante al menos los primeros años de vida.
El aporte diario aconsejado por la Comunidad Europea es de 5 mcg (200 UI) al día. Sin embargo, numerosos estudios recomiendan dosis que varíen en función de la edad y otros factores a tener en cuenta como la latitud geográfica, la estación del año, la contaminación y los protectores solares.
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