El tracto digestivo humano, compuesto por la boca, la cavidad orofaríngea, el esófago, el estómago, el intestino delgado y el intestino grueso o colon, desempeña varias funciones, además de formar parte del sistema de defensa del organismo. De hecho, entre las herramientas para hacer frente a los ataques de los microorganismos dañinos y otras sustancias perjudiciales para la salud, no solamente encontramos el sistema inmunitario, también están: la acidez gástrica, los ácidos biliares, la mucosa intestinal recubierta de mucina (una película protectora donde se encuentran sustancias como la lactoferrina y la lactoperoxidasa que tienen efectos inhibidor sobre los agentes patógenos) y por último, la flora intestinal.
La flora intestinal constituye un complejo ecosistema microbiano que cuenta con cien billones de bacterias. Para hacernos una idea de su magnitud, se estima que el número de especies que se encuentran en la piel es de 180, aproximadamente 700 en la boca y más de mil especies diferentes en el tracto gastrointestinal.
Su composición varía durante el transcurso de la vida con mayores cambios fisiológicos durante sus extremos. El recién nacido está totalmente desprovisto de microorganismos en el intestino, su colonización se produce tras el nacimiento a partir de la flora vaginal e intestinal materna y por los microorganismos del ambiente. Durante su crecimiento, se establecen colonias de bacterias beneficiosas compuestas principalmente por lactobacillus y bifidobacterias, cuya combinación y variedad de especies se considera tan característica y única en cada persona que se llega a hablar de “huella bacteriana”.
La mayor concentración la encontramos en el intestino grueso, en el cual la flora intestinal establece una relación simbiótica con el individuo, es decir, una relación estrecha en la cual se aportan mutuos beneficios por ambas partes. Desde el punto de vista de las bacterias, éstas se aprovechan de un constante flujo de nutrientes, de temperatura estable y de un buen refugio donde desarrollarse, mientras que nosotros nos beneficiamos por su capacidad de:
- mejorar la digestión de algunos alimentos (lácteos, carbohidratos, proteínas y grasas), lo cual implica la obtención de energía y nutrientes tanto para la flora intestinal como para nosotros.
- influir en la síntesis de vitaminas (B6, B12, K, tiamina y ácido fólico) y la absorción de minerales (calcio, fósforo, magnesio y hierro).
- inhibir el crecimiento de microorganismos potencialmente peligrosos a través de diferentes estrategias. Por ejemplo, la flora intestinal compite por el alimento y los lugares de adhesión en la mucosa intestinal. También libera moléculas con actividad antibiótica, como agua oxigenada (H2O2), bacteriocinas y ácido láctico que generan un hábitat hostil para el desarrollo de bacterias indeseadas.
- favorecer el mantenimiento de valores normales de colesterol y triglicéridos en sangre. El uso de la fibra dietética por parte de las bacterias intestinales da lugar a la producción de ácidos grasos de cadena corta (AGCC) que, una vez entran en circulación, contribuyen a regular las lipidemias.
- mantener la integridad y la funcionalidad de la mucosa intestinal. En algunos estudios experimentales, se ha demostrado que un intestino colonizado por bacterias beneficiosas posee un mayor número de vellosidades aumentando la superficie de absorción y promoviendo el crecimiento de sus células.
- estimular la maduración del sistema inmunitario, especialmente en los recién nacidos.
- degradar ciertos compuestos tóxicos favoreciendo de esta manera la eliminación de sustancias carcinogénicas.
Sabiendo que la flora intestinal es fundamental para el mantenimiento del equilibrio intestinal y para la salud en general, debemos tener en cuenta que cuando nos hacemos mayores, la proporción de estas bacterias se ve alterada y algunas de ellas disminuyen más de lo deseable. Además de los cambios que experimenta con el avanzar de la edad, se le añaden otros factores que influyen sobre ella en el día a día como: la alimentación según su contenido en fibra dietética (cereales integrales, frutas, verduras), el consumo de medicamentos (especialmente los antibióticos), la presencia de patologías específicas (alergias o ulceras) o el estrés. Es en dichas circunstancias, cuando la estabilidad de la flora intestinal puede verse afectada y se recomienda tomar medidas a nivel nutricional para ayudar a recobrar el saludable equilibrio de su población.